martes, 22 de junio de 2010

Viaje a Pardo



Escribe Bioy en su diario, en febrero de 1950:

“En Pardo. Borges llegó aquí el viernes 10, con Estela Canto. Hasta el domingo trabajamos en el resumen del argumento para un film, El paraíso de los creyentes (que habíamos comenzado en Buenos Aires, uno o dos años antes). El domingo a la tarde, después del té, empezamos a escribir el libreto. Nos propusimos escribir once páginas por día; en los primeros días superamos ampliamente esa medida; el lunes 20 habíamos concluido el trabajo (noventa y siete páginas).”

Algunas líneas después:

“Se quedaron hasta el viernes. Borges estaba tan contento que continuamente exclamaba: «Pero, ¡qué lindo es escribir!»”.

Borges
(2006), págs. 47 y 48.

miércoles, 16 de junio de 2010

Conferencia sobre Goethe (III)



Tercera parte, de tres.

Escribe Bioy en su diario, el sábado 10 de septiembre de 1949:

“[Borges:] «En sus novelas, los personajes alemanes llevan nombres italianos. En el teatro impuso a los actores reglas severísimas: no debían mirarse entre ellos al hablar; sólo debían mirar al público; siempre debían estar de frente al público (un perfil, con un solo ojo, una sola oreja, media nariz y media boca era algo monstruoso). Los actores no debían representar sino recitar. Imponía detenciones, por medio de centinelas, a quienes no observaban estas reglas. Cuando el príncipe de Weimar quiso ver en el teatro un perro amaestrado, Goethe señaló un letrero que decía “No se admiten perros”. El príncipe insistió y Goethe abandonó la dirección del teatro. No buscaba el énfasis, sino la exactitud. “Si llovizna –decía- no agregaré truenos.” Hay admirables metáforas para el poniente; él escribió “la hora en que las cosas cercanas se alejan”: no será muy prodigioso pero es muy justo. Cuando viejo fue a Italia –aunque trataba de comprender a todos los pueblos no viajaba; viajar le parecía una suerte de experimento- y se enamoró de una muchacha joven, a la que ayudó pecuniariamente; además, para congraciarse con ella, conversaba largamente con la madre. Todo esto, son adornos, sin mejorar su papel, es el asunto de las Elegías romanas, un bellísimo poema. Conoció a los poetas persas a través de malas traducciones alemanas; los comprendió; advirtió que lo esencial en ellos era la intemporalidad; escribió el Diván de Oriente y Occidente, escribió poemas chinos, poemas persas y poemas árabes. No le molestó parecer un imitador; fue algo más: fue un poeta chino, un poeta persa, un poeta árabe. Trató de imaginar lo que esos hombres lejanos habían sentido, trató de ser ellos. Por eso puede decirse que, como San Pablo, fue todo para todos los hombres. No era un apasionado ni un fanático. Las guerras napoleónicas fueron, en Alemania, guerras por la independencia nacional, que despertaron mucho fervor patriótico: Goethe no tuvo inconveniente en entrevistarse con Napoleón. Por esto, para un pueblo fanático como es el alemán, la elección de Goethe como autor nacional es acertadísima.»”

Borges (2006), págs. 42 a 45.
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Los versos sobre el poniente: «Dämmrung senkte sich von oben, / Schon ist alle Nähe fern» [Chinesisch-deutsche Jahres- und Tageszeiten (1827), VIII].
La cita de San Pablo: I Corintios 9:22. (Notas de Daniel Martino)

miércoles, 9 de junio de 2010

Conferencia sobre Goethe (II)


Segunda parte, de tres.

Escribe Bioy en su diario, el sábado 10 de septiembre de 1949:

“[Borges:] «En cuanto a la elección de Goethe –aunque en su país hay escritores mayores: Schopenhauer, Nietzsche, Heine- es acertadísima por razones que ya se verán. Goethe se ocupó se muchos temas; como filósofo defrauda un poco: cuando Schopenhauer trató de explicarle el idealismo, nada consiguió. Goethe confiesa que intentó la lectura de Kant pero que después de pocas páginas de la Crítica de la razón pura comprendió que el libro, aunque admirable, no lo mejoraba y dejó de leer. De Spinoza, “ese hombre excelente” que tanto influyó en él, sólo pudo leer, desordenadamente, algunas páginas; lo comprendió, trató de comprender el pensamiento de Spinoza, casi de ser Spinoza, y se conformó con eso. En botánica estudió las plantas fanerógamas; en cuanto a las criptógamas, tan parecidas entre sí y tan numerosas, él, como admirador de las formas claras, llegó a mirarlas con verdadera aversión. Creía que bastaba estudiar el proceso que ocurría en una planta, imaginarlo bien, imaginarlo casi como lo había imaginado Dios al crearla; así conocería uno todas las plantas. Quería estudiar la Naturaleza, pero los experimentos le repugnaban; eran como las preguntas intencionadas de un interrogatorio. Por eso desdeñaba a Newton y a sus discípulos. Había investigado la luz por medio de experimentos, de hendijas, de prismas, y ¡hasta en un cuarto oscuro! No era extraordinario que hubieran llegado a resultados tan absurdos como descomponer la luz en los colores del espectro solar. Había colores más claros y colores más oscuros: el celeste más claro que el azul; el rosado, que el rojo. La luz es más clara que todos los colores y sería absurdo encontrarlos en ella; equivaldría a encontrar oscuridad en la luz. Llevó a las letras la idea de que bastaba imaginar algo perfectamente para conocerlo. Muy joven, escribió Shakespeare und kein Ende, Shakespeare infinitamente, un vehemente elogio, aunque sólo conocía unas pocas piezas del autor. Cuando hizo representar, años después, Hamlet o Macbeth introdujo cambios en los textos. Creía que, en el arte, la imitación de la Naturaleza era errónea: siempre se descubrían deficiencias. No hizo literatura realista o naturalista; no examinó censos sobre lo que hacía, por ejemplo, un criminal en la noche del asesinato; trataba de imaginarse en las situaciones.»”

Borges (2006), págs. 42 a 45.
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Sorprende encontrar, al principio, equiparados a Schopenhauer, a Nietzsche y a Heine. Nietzsche no maravillaba a Borges, o al menos no tanto como los otros. En su “Otro poema de los dones” dice: «Gracias quiero dar al divino / laberinto de los efectos y las causas / […] / por Schopenhauer, / que acaso descifró el universo.» Dice Cesar Caeiro: «Ha manifestado Borges en varias ocasiones su admiración por Heine. El recuerdo de que en la adolescencia aprendió el alemán leyendo el Libro de canciones, se completa en sus comentarios afirmando la excepcional condición de poeta que reconoció en ese hombre, desgarrado por la doble nostalgia de lo alemán y lo judío. No es improbable entonces que ecos de Heine resuenen en el "Poema de los dones".» (Nota de NR)